miércoles, 18 de julio de 2007

!Por Dios Joaquín!


Las ingenuidades de una “Revolución Silenciosa”

“Mi meta en la vida es ser el mejor
cristiano posible y tener una familia feliz”
Joaquín Lavín Infante

Por Sebastián Vega

1981.
Joaquín Lavín asume como editor del cuerpo “Economía y Negocios”, del diario “El Mercurio”. Su formación matemática (es ingeniero comercial de la UC) no merma su privilegiada faceta periodística. Luego de 7 años de célebre gestión, decide cerrar con broche de oro su paso por las letras. Se resuelve así a escribir el best-seller de la dictadura, “Chile Revolución Silenciosa”, documento esencial para los que deseaban “crear nuevas actividades y tener éxito en ellas”, según rezaba la propaganda de la época.

Lo que “Joaco” no sabía era que su libro se transformaría en una obra de culto. Con una candidez extrema –hasta exótica-, Lavín difunde las bondades del libre mercado propulsado por el régimen, haciendo hincapié en las profundas transformaciones experimentadas por Chile durante el periodo; “… pese a que los chilenos anónimos tienen el rol protagónico, son los que regresan del extranjero después de años de ausencia quienes primero se dan cuenta de que una verdadera “revolución silenciosa” está cambiando a este país” (pág. 12).

El manual del ex – candidato presidencial de la Alianza es un texto tan básico, que en ciertos pasajes llega a enternecer. Toca fundamentalmente temas económicos, aunque –hay que decirlo- se atreve en un par de líneas a dictar sentencias, cómo cuando se refiere al traspaso de la educación a los municipios; “el cambio en la educación, a consecuencia de la revolución municipal, resulta sorprendente (…) La diferencia es notoria, no sólo en la rapidez con que se solucionan los problemas de infraestructura y equipamiento, sino en la adopción de decisiones que bajo la tutela del Ministerio de Educación habrían demorado años, o simplemente resultarían imposibles” (págs. 111-112). Las históricas manifestaciones estudiantiles del año pasado, demuestran lo mucho que ha evolucionado la enseñanza desde que las municipalidades se hicieron cargo.

Para Lavín, las directrices impuestas por los Chicago Boys durante el régimen militar eran el antídoto perfecto para un pasado todavía demasiado fresco. La idea era resaltar ese profundo cambio de vida que gozaría el pueblo chileno con la llegada del neoliberalismo; “…la familia entera, con el matrimonio y los hijos, va de paseo al supermercado. Es probable que a la entrada del establecimiento una banda de músicos entretenga a los niños, los que jugarán también en aparatos eléctricos o tendrán la oportunidad de darle la mano al Ratón Mickey o al Pato Donald”. Para rematar lo buena onda que es el consumismo, el ingeniero señala que “el padre podrá probar los licores, papas fritas y los numerosos otros productos que simpáticas jóvenes le ofrecerán en los stands de degustación” (pág. 116).

El concepto de “capitalismo popular” –mencionado en varios pasajes del libro sin una explicación concreta- significaba romper cualquier barrera de clase, dando un ejemplo cabal de cómo se estaban haciendo las cosas en nuestro país; “La estricta separación entre accionistas, ejecutivos y trabajadores está borrándose lentamente. A través de ingeniosos mecanismos, en el Chile de hoy miles de trabajadores han pasado a ser accionistas de las empresas en que trabajan” (pág. 96).

Veinte años después, podemos ver como los numerosos obreros criollos toman decisiones en los diversos directorios transnacionales.

Espectacular resultan los capítulos dedicados a la tecnología educativa. Como nos explica el buen Joaquín en el “Boom de los Atari”; “El actual boom partió en 1980 (…) Mellafe y Salas equipó un taller con treinta Atari, en el que se ha capacitado hasta ahora a cinco mil profesores, los que se transformaron en los principales propagandistas de estos pequeños aparatos” (pág. 81). Según Lavín, estos microcomputadores entrarían de forma veloz a las escuelas, generando consecuencias maravillosas; “… gracias al uso del computador, la agresividad de los niños y jóvenes baja significativamente” (pág. 83). A este dato sociológico, le agrega un augurio notable; la aparición de los primeros “niños genios chilenos” (pág. 84).

Confiando en su buen ojo, el ex – alcalde de Las Condes y Santiago despliega en el capítulo 4 -llamado “Nuevos polos de desarrollo”-, la noción de descentralización; “Poco a poco, Santiago ha dejado de ser Chile. El desarrollo económico y la integración con el mundo están haciendo que las regiones
comiencen a tener vida propia, cada vez más independiente de la capital" (pág. 61). Un acierto total de “Joaco”, considerando la casi nula dependencia que tenemos de la urbe más poblada y contaminada del país.

En fin, así era el mundo que presagiaba Lavín en dictadura. La ingenuidad del estilo sonriente y “cosista” de Joaquín, encontró eco en las presidenciables del 99`, donde estuvo a punto de convertirse en el primer Opus Dei en dirigir una nación. No lo logró, y a juzgar por su debut literario, nos salvamos. Realmente nos salvamos.

LA GUINDA DE LA TORTA

Lavín expone en el capítulo 11, “La sociedad de las opciones”, el paso de una sociedad de masas, uniformada y estandarizada, a una sociedad de plenas libertades, donde “los trajes a medida desplazan a la producción masiva”. El rostro de la Alianza plasmaba así sus conocimientos:

“¿Prefiere música clásica, rock latino, rock pesado, música orquestal, folclórica o de otra clase? Un recorrido por el dial de 20 radios AM y 23 FM en Santiago dará con cualquiera de ellas. ¿Le gusta el yogurt?, ¿natural o con sabor?, ¿chocolate, piña, frutilla, frambuesa?, ¿con frutas o sin frutas?, ¿Soprole, Yely o Dannon?

Definitivamente un intelectual.

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